Ahí es donde quiero que estén mis versos.
La poesía, si aún soñamos con hacer de ella una herramienta, debe ser humilde, necesaria y accesible, como el agua.
Y para conseguir esto no basta con sacar los versos a la calle, con gritarlos, con agitarlos igual que banderas ciegas, no basta con ser la voz del desencanto. Si alguien, quien sea, desea en la intimidad de su casa, leer lo que hemos dicho en su nombre, pero no puede adquirir el libro, entonces, nuestro discurso, (al menos el mío), queda vacío.
Siempre me cuestiono a mí misma por la distancia que existe entre mi decir y mi hacer y por esto intento que cada vez haya menos abismo.
Mi obsesión es desempeñar este oficio con la pulcritud de la coherencia.
Hace tiempo que decidí ser poeta para acompañar con mi voz la barbarie de este tiempo, hace tiempo que mi poesía va unida, como un cordón umbilical, al llanto y a la ira y por esta decisión que tomé creo que de nada serviría mi escritura si luego quienes sufren la tragedia de todas las injusticias no pueden tener los poemas que deletrean su dolor, nuestro dolor y que son el nombre propio de nuestros escritos.
Me debo a los que padecen callada y diariamente. Mi deseo es que puedan llevarse versos al corazón como se lleva aire a los pulmones, sin apenas darse cuenta. Sin más peaje que la gratuidad de internet o la venta de mi poemario a precios asumibles.
Yo sé que sueño demasiado pero hay más que sueñan conmigo. Editorial Reflector también lo hace, tercamente, con cada nueva edición, con cada nuevo autor, a cara descubierta.
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